MUSICA

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El hecho de que Jacopo Peri (1561-1633) fuera elegido entre los cultivadores florentinos del nuevo estilo musical para suministrar la ópera, el espectáculo más grande y más artístico, con destino a las fiestas nupciales de María de Médicis con Enrique IV de Francia, constituye un indicio de particular aprecio. Se ofreció a unos pocos privilegiados una representación en la que habían cooperado Rinuccini y Peri. Esa representación fue la Eurídice, ópera de Peri, en la cual se intercalaron algunas áreas de Caccini.

La ópera en su totalidad, no parece una escultura a plena luz, sino un altorrelieve con juegos cambiantes de sombras y combinado por una indudable unidad estilística. Un espectáculo armonioso y gentil, clásico, sin ser académico. Una música íntimamente melancólica p, sensible, razonada. Un compositor excelente y minucioso, cuya capacidad no igualaba a los grandes artistas contemporáneos que habían cantado polifónicamente con mayor energía y universalidad; pero consciente de sí mismo, tan comedido en sus limitadas fuerzas como en la adecuación de los propósitos. Giulio Caccini compuso arias para la representación de la Euridice, pero Caccini no venció a Peri. Su recitado es menos movible y dúctil, si bien aparecen mejor redondeados los períodos y más coherente el movimiento armónico.

No debemos dejar la Eurídice de los primeros melodramáticos sin referirnos al libretista Rinuccini, el cual recogió en la mitología sus argumentos. Si mudó algún episodio en los mitos y en las leyendas milenarias, como en el desenlace feliz de la aventura de Orfeo, lo hizo sólamente para satisfacer los deseos de las reuniones aristocráticas. Petrarca está presente siempre que la naciente Arcadia pueda acoger y reproducir sus formas. Poliziano queda superado netamente en cuanto al desarrollo del drama. Al carácter estático de la fábula, tímidamente escenificada y ampliamente narrada por ese autor del siglo XV, opone Rinuccini una considerable dinámica escénica y pasional en diálogo. Hay resonancias cercanas de Tasso y de Ariosto por cierta espiritualización y cierta trascendencia de los personajes femeninos, Eurídice y Adriana. Tal superación técnica de las fábulas teatrales y de la tragedia escritas en el siglo XVI, representa la actividad más personal y rentable de Rinuccini.

En la "Reppresentazione di Anima e di Corpo" de Emilio de Cavalieri, se igualan el candor de la expresión con la sencillez formal y el fervor suave con la Humanidad. Realidad y fe, razón y afecto, alternan humilde, fuerte y rudamente de episodio en episodio. El tono de la prédica se transforma » en una voz celeste; el fin práctico trasciende en el éxtasis. Es la palabra para el hombre tosco, y la imagen para el hombre culto. Abundan algo las expresones sencillas, las cantinelas populares, los ritmos de danza para el coro y para los instrumentos, las cadencias ingénuas, no faltan algunos toques sabios y rebuscados. Hay adecuación a las tradiciones del lugar y gusto de arte completo.

"Il Sant' Alessio" es la ópera más importante de Stefano Landi. Alessio es un personaje vivo, conmovido, rico de acentos. No hay énfasis ni convencionalismo, sino serenidad, al rechazar los bienes terrenales. El contraste entre lo trágico y lo cómico es señorial. Sobriamente tratados, Martio y Cartio son figuras de la realidad humanas, más que para distraer al espectador, aparecen ahí para dar relieve al ascetismo de Alejo y a la incompresión del mundo hacia las altas idealidades y el sacrificio. El público que asistió al Sant Alessio atendía más a las decoraciones y Î escenas que a la música, y más a los personajes secundarios que al Santo, sin que los autores se enojasen por ello. Cuando se piensa que sólo tenía un bufón en la primera versión y que pusieron dos en la segunda, se comprende que los espectadores quedaran muy complacidos, y así comenzó la moda, que duraría muchos decenios, de introducir personajes cómicos en la ópera seria.

Cuando los venecianos se agolpaban en sus primeros teatros musicales, curiosos, ávidos de diversión y presuntuosos por conquistar el derecho de la crítica extemporánea, exigían que la ópera les satisfaciese. Quien primero encarnó "el operista de todos", el tipo ideal para empresarios y para público, fue el compositor Francesco Cavalli (1602-1676). Ni innovador ni cincelador, cedía al resto de su potente y rica naturaleza dramática. Cuando se lo proponía, o le favorecía la inspiración, Cavalli triunfaba poderosamente. No se puede emplear otro adverbio pues éste evoca la grandiosidad resonante en el acento dramático del Ï compositor, al tiempo que representa bien el palpitante y emocionante vigor de su expresión, en la cual se aceptaban los sencillos recursos de su época, sin que él los renovase, si bien, por emplearlos con notoria personalidad, parecian originales.

Ingeniosamente volvía y revolvia entre las manos el trozo cantable (era ya el tiempo del "bel canto") lo modelaba con relieves o depresiones, insertando las frases, volviendo a mezclarlas son sujección a las estrofas del "poeta" y presentándolas variando su volumen y su espíritu.

En todos los aspectos aparecia este compositor hábil y vario. Sobresalía en el lamento, regulándolo por el trabajo contínuo, y, como cantor famoso imprimiéndole el sello de lo trágico o de lo melancólico.

Cavalli no fue innovador, ni crítico; pero sí tan oportunista e intuitivo como culto. Por lo demás, no necesitaba mayor ciencia para realizar su teatro, que llegó a ser el de su tiempo.

Cuando pasamos de los dramas musicales florentinos o romanos al primer ensayo tea Ùtral de Claudio Monteverdi (1567-1643), advertimos precisamente que nos encontramos ante la obra de un artista superior a los compositores teatrales coetáneos, por el vigor del sentimiento y la riqueza técnica.

Su ópera "L'Orfeo", por vigor de sus personajes e intensidad dramática, por el encanto de la invención y variedad de los elementos, así como por la alta renovación de las formas empleadas, constituyó una gran afirmación monteverdiana en el campo teatral, que él pisaba entonces por primera vez.

Transcurrido un año desde la composición de "L'Orfeo", el duque de Mantua le encargó a Monteverdi que musicara otra obra teatral sobre un texto de Octavio Rinuccini la "Ariadna". La obra se representó con solicitud y alcanzó grandisimo éxito. La lamentación de Ariadna, abandonada por Teseo, obtuvo, en especial, una popularidad tan vasta como duradera. Este es el único número de la ópera que ha llegado hasta nosotros.

"La Coronación de Popea" es la más moderna y más teatral de las obras escénicas que s ubsisten de Monteverdi.

La humanidad de los personajes, despojada ya de arcaicas vestiduras, tiene ahora completo realismo. La perfección estética de la fábula pastoril, se sustituye por la del melodrama. Si excluimos las escenas mitológicas y las de la intriga trivial, la ópera presenta esa íntima cohexión que únicamente puede ser engendrada por el sentimiento profundo.

Con el rudo vigor de un Monteverdi y de un Cavalli, contrasta el carácter de Marc' Antonio Cesti (1623-1669), que aparece delicadamente afectuoso. "Il pomo d'oro" de Cesti reserva para las partes serias el airoso o aria, o el recitado con cierta afectada gravedad académica, y para los episodios cómicos, las canzonetas vivaces. Sin embargo es necesario afirmar que a menudo superaba el compositor la mediocridad de las condiciones que se imponían, e incluso expresaba el afecto propio del momento dramático usando formas tradicionales y exiguos medios armónicos y rítmicos. Fuera de la escuela alegórica, Cesti demostró gusto y acentos sartis °ticos.

Alessandro Stradella (1645?-1682) fue famoso compositor, cantor y profesor de canto y de instrumentos. En "El esclavo liberato" la música tiende a lo épico, desprecia todo rasgo popular, da realce lírico a los principales episodios y favorece los complicados.

En Nápoles, los conocimientos actuales sobre la ópera designan a Provenzale como jefe de la escuela napolitana y le colocan entre los mejores músicos de suelo italiano. En comparación con él, Cavalli parece más bien un reelaborador de la propia lírca y de la elegancia refinada del sentimiento. Provenzale se le acerca más y recuerda a Monteverdi en la melancolía y el dolor. Su frase elocuente, sencilla y espontánea, proyecta la fuerte representación artística. Las críticas de los venecianos se resentían de los ritmos que caracterizaron las canciones de baile divulgadas por el laúd, y tal origen las hacía mantenerse algo separadas del texto literario; en cambio las cantinelas de Provenzale evocaban la música vocal imperante en las villanescas n Eapolitanas y el espasmo patético del madrigal cromático. Privaba en ellas el canto vocal, cualidad propia de la melodio. Los acordes, atrevidos a menudo, se ceñían en su expresividad a la psicologia de las palabras y de las imágenes. La amplitud de los períodos, así como también de las arias, parecían favorecer el desarrollo de los estados anímicos.

 

 

francia

"L' Encole amante" fue la ópera de Cavalli que inauguró solemnemente el teatro de las Tullerías. Requirió escenarios grandiosos y numerosas mutaciones y tramoyas. El Rey y la Reina tomaron parte en la representación.

La muerte de Mazarino en 1661, la naturalización francesa de Lully, su adhesión a la música francesa y la nueva hostilidad contra los italianos concurrieron a la caída de L'Ecole amante. Cavalli abandonó París y desde entonces brilló allí como árbitro Lully , que había abandonado joven su Florencia natal para conquistar rápidamente la capital francesa, siendo el principal artista de esta época.

Muerto Lully destaca la figura de André Campra. Escribió un ensayo de ópera - ballet, de carácter serio, titulado la Europa Galante y habiendo obtenido gran éxito, dió, en 1699 "El carnaval de Venecia". Aparte de varias tragedias, compuso "Las fiestas venecianas". Esta primera ópera - bal let, de carácter cómico, alcanzó un éxito grande y duradero. Privan en toda la partitura la vivacidad y la gracia. La frecuente transición del rápido recitado al aire brevísimo, el bello gusto cantable del bajo contínuo y de los acordes, la sencilla y rápida instrumentación, la sorprendente fecundidad de los motivos destinados a las voces y los instrumentos, el sentido de ligereza y elegancia, la exclusión de los floreos y la espontaneidad de la composición; todo esto venció resueltamente a las repetidas fórmulas rítmicas, a la escasa variedad de los caracteres y a la uniformidad del estilo, es decir, a los elementos desagradables. Pero la ópera - ballet, como todos los demás géneros que Francia cultivó en el siglo XVII y en el XVIII hasta Rameau, jamás se consideran desde un punto de vista exclusivamente musical, sino desde aquel otro más amplio de lo espectacular, al cual contribuyen con la brillantez todas las artes y en especial la danza.

 

Igual que se ha procedido respecto al drama en música italiano y francés, los orígenes de la ópera inglesa deben buscarse en las tentativas que aproximaron las prácticas musicales a las del teatro literario durante el siglo XVI. La primera asociación de palabras, música y ademán no se realizó en Inglaterra en forma de intermedios ni de ballets de cour, sino en forma de "masques".

Henry Purcell (1659-1695) era oriundo de una familia francesa. Su "Dido y Eneas" tiene música desde el principio hasta el fin y consta de una sinfonía en dos tiempos, arias a solo o a dúo, recitados más o menos airosos, coros a cuatro voces y piezas instrumentales para las danzas.

Muy bien cabe decir que esta ópera no se parece a ninguna otra ni por el espíritu ni por la disposición y aunque las más grandes realizaciones debidas a italianos y franceses en el siglo XVII fueron bien advertidas por Purcell, éste no llegó a utilizarlas como gula cultural, de ninguna manera como modelo. Sin que el estilo pueda considerarse nacional, resultan algo originales lo sobrio, lo breve y lo incisivo, como ras Îgos propios y característicos del artista Purcell.

Su Dido se agranda psicológicamente y dentro de lo usual hacia 1690, únicamente halla paralelo entre algunas de las figuras más poderosas de Monteverdi o de Cavalli.

Los coros se interpolan en la acción con un nexo dramático más intimo en algunas ocasiones, que aquel tan admirable de Lully; además son mudables, serenos o agitados y variadísimos como en pocas óperas de aquel siglo.

Las brujas están representadas magníficamente. Recordando a Shakespeare, diriamos que sus diálogos, las inventivas, las risas, tienen aquella poesía real e irreal propia de algunas escenas corales suyas.

Van a Inglaterra los italianos así como Haendel, en los primeros años del siglo XVIII; se afirma la hegemonía del teatro y del gusto italiano y Purcell queda olvidado.

Constituye un hecho insólito la aparición de "The Beggar's opera". Si alguna vez tuvo mordacidad creemos que tal efecto fue debido a la improvisación de los ejecutantes, los cuales añadieron, con calidad cómica, lo que falta en los papeles que tenemos a la vista.

Pero la representación de escenas y personajes de baja realea en situación de los dioses y héroes que poblaban la ópera, el ocasional floreo en forma de parodia, las analogías de la ópera misma, las frases sin sentido a imitación de la que ofrecen los libretos de ópera, el empleo de aires callejeros en vez de aires pomposos, la preferencia del diálogo sobre el recitado, la sinfonía al estilo italiano construida sobre canciones populares, la parodia de la terminación alegre, la repetición de la palabras y, finalmente, la notoria animadversión del autor contra todo el arte extranjero, son otros tantos documentos favorables a la tesis de que "The Beggar's opera" constituía una sátira del arte operístico italiano.

 

Giacomo Carissimi (1605-1674) refleja en sus obras un sentimiento sólido de auténtica solemnidad bíblica y un profundo carácter trágico religioso, sobre todo en sus oratorios. Actuó en un ámbito no demasiado popular, sus oratorios son en latín. Entre sus temas destaca '"Jephte".

Al parecer la producción de los oratorios en Italia empezó en Bolonia poco después de 1.660.

El "San Juan Bautista" de Stradella es bastante notable por varios motivos. Esta obra presenta amplias consecuencias prácticas como son: el empleo del concerto grosso, tanto en la sinfonía como en el acompañamiento de arias dramáticas. Numerosas arias a una o a dos voces contienen melodías y acentos, una vehemencia y plasticidad vocal las colocan entre sus produc Éciones más selectas. La música se distingue por su carácter coherente inmune a los barroquísimos contrastes de las partes serias y cómicas, que tanto complacían en el melodrama. También es notable la inclusión de coros o un sencillo madrigalismo eficaz, con raros pasos en estilo imitativo, o en rápidos y oportunos comentarios, así como también la composición de arias a dos voces, casi duetos.

espana

La música para clave en España duró escasamente cien años; la época de oro del órgano hispano es propiamente el siglo XVI y su mejor exponente Antonio de Cabezón. Este fue el célebre ciego organista de la emperatriz Isabel de Portugal.

Los tientos, glosas, la pavana con su glosa y otras composiciones de Cabezón merecen un comentario aparte. Todas fueron escritas antes de 1547; por consiguiente, al emprender Cabezón su primer viaje al extranjero, en 1548, era un artista y compositor consuma Çdo. Las composiciones más antiguas en su género conocidas hasta hoy en España son sin duda aquellas de Cabezón, pero indudablemente le precedieron otros maestros de gran mérito cuya obra musical parece perdida. No es posible que genios y compositores de esta categoria aparezcan en el mundo de repente y como por encanto, sin maestros que les preparen el camino.

Juan del Enzina patriarca del teatro español, tuvo la ventaja de ser a la vez poeta exquisito y finísimo compositor, con su arte escénico de las Eglogas logró elevar a dignidad altísima el tono del drama lírico español, cuyo apopeo culmina en Lope de Vega y Calderón de la Barca.

En las Eglogas de Encina no se intercalaban números cantados y números hablados como en la Zarzuela típica nacional, sino que únicamente se introducían el canto de un villancico, generalmente polifónico, en función de su pieza epilogal, la cual podía muy ù bien desglosarse de la obra.

Calderón de la Barca merece atención suma, pues no sólo fue el autor de la ópera española más antigua cuya música se conoce, sino creador literario de Zarzuela. Trazó los libretos de dos óperas: "La púrpura de la rosa" en un acto, con una loa preliminar, y "Celos aun del aire matan". Se ignora la paternidad musical de la primera, mientras que la segunda tuvo como compositor al insigne maestro Juan Hidalgo. Maneja el recitado y el airoso a la italiana, pero también prodigó al mismo tiempo hispanismos variados, tanto en los aires con estribillo como en los ritmos de carácter popular.

La zarzuela, como la ópera, dio las primeras señales de vida en una mansión real. Entre los bospues del Pardo había un lugar denominado Zarzuela por la abundancia de zarzas. Allí alzó un palacete el Infante D. Fernando y Felipe IV. Pide que se creen obras en dos actos, y no en tres como las comedias, con cabundantes números de música. El promotor y principal proveedor de esas obras fue Calderón también y pronto se denominará Zarzuela, de un modo constante, a toda pieza teatral que reúna esas circunstancias en cuanto a la longitud y contenido. Los colaboradores musicales son desconocidos en los más de los casos, aunque entre ellos no pudo faltar Hidalgo.

 

alemania

Al alborear el siglo XVII, la cultura musical en suelo alemán, hacía concebir grandes esperanzas.

Los tratados traslucían el estilo italiano. Tarlino era una autoridad. El teórico alemán Michael Praetorius (1571-1621 ) apareció versátil, hasta genial; frecuentó ambientes cultos, escribió composiciones polifónicas, que recuerdan las de Gabrieli y publicó grandes y pequeñas colecciones de música polifónica para el culto protestante. Aliando el sentimiento italiano de la belleza con la robustez del íntimo y religioso pensamiento alemán, en el espíritu y en la técnica dio las primeras muestras de la nueva sensibilidad y estilo que después caracterizarían en siglo XVII alemán.

Schütz es la mayor figura musical de su país antes de Juan Sebastián Bach.

Gregorio Allegri (1582-1652) compuso un Miserere, por el que ha pasado a la posteridad. De todas formas, el valor musical de Gregorio no sólo depende de la fama y el Miserere. Son notables sus Mottetti, así como también sus Concertini de dos a cinco voces con órgano.

Realizó una innovación fecunda el venciano Giovanni Gabrieli, al unir voces e instrumentos. Determinada tal innovación por profundas razones de renovación espiritual, éstas tuvieron ocasión de cultivar nuevas formas, de arraigar y desarrollarse en un terreno fértil.

 


BIBLIOGRAFÍA

"HISTORIA DE LA MUSICA". 3 tomos.
Autores: A. della Corte - G. Pannain
Editorial: Labor S.A.

"EL LIBRO DE LA MUSICA". La música a través de los siglos.
Autor: L. Alberti
Editorial: Queromon Editores, S.A.

 

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