El actualismo de la pintura de Altamira, a pesar de los 15 a 13 mil años que de ella nos separan, es otro de los asombros actualmente inimaginables y que contribuyó a hacer difícilmente comprensible la realidad de ser obra del hombre prehistórico y explica, en cierta manera, la cerrazón de los grandes prehistoriadores y antropólogos de la época del descubrimiento de la bóveda a considerar auténticamente magdalenienses a las pinturas.
Y ello simplemente, porque Altamira representa el compendio de direcciones variadísimas de expresión y de técnica que siempre tiene el epígono de una cultura. Quizás la sociedad que ocasionó el gran arte de Altamira estuviese en cierta manera en una fase evolutiva final, precursora de un tránsito, tal como ahora vemos a la nuestra.Y de hecho así sucedió, pues después de Altamira, el cuerpo social que había configurado sus bases creativas, se disolvió posiblemente como hemos dicho, y con él se extinguió esta primera vía expresiva, seguramente no por incapacidad personal de los siguientes, sino por extinción de un pensamiento comunitario y ordenado que es el que hizo posible este primer ciclo completo de la expresión humana, el ciclo prehistórico, del cual Altamira representó su cima y su último canto de cisne.
Paradójicamente, el arte más antiguo, el de Altamira se nos aparece como el más próximo en sensibilidad al hombre de hoy. El modernismo de Altamira viene dado, no por el influjo de esa aproximación al arte primitivo contemporáneo que se despierta a partir del movimiento impresionista, caso del pintor Gauguin, sino más bien por lo que de arte intuitivo, no contaminado todavía por la carrera de academicismos, creyeron ver nuestros artistas actuales que luchaban por el rechazo a toda corriente que representase un sometimiento del artista a determinados conceptos o criterios creados por la sociedad en que vivía.Valoraron así, y con razón, la elementalidad técnica de la pintura altamirense, la consecución de lo más con lo mínimo de la materia, la elección de los rasgos esenciales que conforman la naturaleza de cada especie de fauna prescindiendo, en una s&iacut e;ntesis genial, de todo aquello secundario e irrelevante.Y tenían razón, en parte, pues si consideramos por ejemplo, la cabeza de bóvido en negro que casi sólo se presiente en medio de la bóveda, nunca con menos rasgos se dió vida a un animal. Pero lo que quizá no captaron estos artistas modernos fue, precisamente, que Altamira no era ya un arte primitivo y desconocedor de academias, sino que era precisamente la fase más academicista de todo ese largo ciclo.
El aprecio que nuestra cultura moderna tiene hacia estas pinturas de Altamira, a pesar de la ya milenaria desaparición de sus autores y de su cultura, tiene en sí, mucho de sentimentalismo arqueológico, de placer de lo antiguo, muy consustancial con la sensibilidad actual, pero también es algo inherente al principio de la "eternidad" de las culturas, de la continuidad de las culturas, que es un camino ininterrumpido que se inicia con esta primera manisfestación intelectual de Altamira y que no se rompe jamás ni se olvida.Todas las culturas acaban su peculiar ciclo, pero también todas las culturas perviven en las otras.
En el arte de Altamira, existe además, la disposición avanzadísima de sus autores para valorar no sólo la figura pictórica, en plano, sino también la escultórica, el propio volumen.El artista percibió las convexidades y los huecos naturales de la bóveda y se esforzó para que el relieve diese formas y calidades a sus pinturas.Vió como escultor y perfiló como dibujante.
El artista paleolítico, domina plenamente la realización de su obra. No hablamos en este caso de inspiración, sino de dominio.Y este dominio en las técnicas entonces posibles, en las formas, y en la expresividad es lo que da fuerza y atractivo, y desde luego perennidad artística, a este conjunto mural incipiente. Porque lleva consigo el máximo valor que se adhiere a toda obra genial: la exaltación.
Una pintura, pues, de Altamira es más que una pintura; el hombre, el artista, ha actuado sobre ella resaltándola no sólo con el volumen, sino también con el grabado. La mayor parte de las figuras están grabadas y raspadas en alguna parte de su contorno o interior.
El trabajo que representó la hechura de los policromos no era un trabajo para un momento, iba dispuesto para una resistencia al tiempo, para una duración máxima. Se hace en las sombras más absolutas, donde el color no sufre las embestidas directas de la luz, pero a la vez la pintura quedaría más eternizada con el volumen natural y con el grabado difícilmente expuesto a desaparecer. Desconocemos naturalmente qué movió al artista altamirense a realizar su arte animalístico, pero no cabe duda, que en su ejecución existe un preconcebido deseo de supervivencia.¿Existe ya un concepto, a lo egipcio, de la perduración de la vida en la imagen?
Nada, por mucho que se ha teorizado sobre ello, puede asegurarse en cuanto a la razón que provocó la pintura rupestre. Es cierta una relación desconocida entre la caza, magia, misterio y rito, pero se nos queda oculto el pensamiento organizado que pudiese traslucir la inquietud metafísica o sustancial que impelió al hombre a la maravillosa consecuencia del arte.
Lo cierto es que la aglomeración de animales, una y otra vez repetida, hacen del legado de Altamira el más insistente repiqueteo de emociones ancestrales. Una figura aislada en la pared de una cueva tendrá siempre una invariabilidad un poco fría. La secuencia de pintura en un mismo muro produce un efecto de revivencia: los animales están allí torsionando sus patas, doblando sus cabezas, agitando sus crines o galopando en las praderas.
Conjuntos como Altamira, Niaux, Font de Gaume, etc., sobrepasan el escueto juicio de una obra de arte y han de ser contemplados y valorados desde el campo casi de la filosofía y del hondo problema de lo humano. Ellos son los más bellos fósiles del heróico episodio de la inauguración del verdadero espíritu del hombre y de su lucha, por ello, con ese otro mundo tenebroso de lo desconocido.
BIBLIOGRAFÍA: GARCÍA GUINEA, Miguel Angel. "Historia de Cantabria: Prehistoria., Edades Antigua y Media". Ediciones Estudio. 1985. Santander.